lunes, 24 de marzo de 2008

Estoy en un hotel, de bastante buena calidad; nada del estilo marrullero de las grandes cadenas de 3-4 estrellas del levante costero español. Este tenía suelos de mármol, detalles por doquier.
Me recordaba al hotel donde trabajo ocasionalmente.
En un momento determinado entro en un cine, una sala de proyección del propio hotel, a ver una película: un grupo de ladrones intentan robar un coche construyendo una réplica de lego que, a medio construir, utilizan para dar vueltas y divertirse.

Mientras veo la película, un pequeño grupo de personas: una mujer mayor, su hija y la hija adolescente de esta última, entran un par de veces.

Juego con los lego en ese momento, no recuerdo como han llegado a mí, y los engancho en los pendientes de la mujer mayor. Al desprenderlos veo que tienen una pieza roza pegada en una de las piezas, y pienso que la he arrancado una de las piedras.
Se lo digo, y mientras observamos la pieza me doy cuenta de que es solo otra pieza de lego. Me reconocen, tipico amigo de familiares y etc, y me invitan a su habitación; donde hay una especie de cumpleaños celebración-acto social.

Veo a mi tía, que de muy buen humor, me presenta a la gente. Al intentar salir mi tío me intercepta y habla conmigo; sobre todo se centra en el tema de que mi primo y yo no andemos tan juntos como antes, cuando ibamos de vacaciones, etc. Yo le respondo que si intenta insinuar que soy el mismo asocial de siempre, se equivoca, que ya he aprendido que la prioridad para mi soy yo mismo, etc, etc. Cosas por el estilo.

Salgo del hotel. Desde luego el lugar donde he ido de vacaciones nos recibe de muy mala manera. No puedo ver lo que hay a 40 metros frente a mi.

No es Silent Hill, solo una fría tormenta otoñal en el norte (quizá Cantabria o Galicia), donde la niebla hace que los coches solo se distingan por las antiniebla a distancia el poco tiempo que una lluvia helada, de la que no suelo estar acostumbrado al vivir en Madrid, me permite tener los ojos completamente abiertos. El viento hace que ladee junto a la cuneta de una gran carretera que no veo donde se dirige.
Llego a un puente, y lo atravieso por un pasadizo lateral que desciende. Al llegar al otro extremo veo a un hombre mayor, 70 años o más, intenta descender con un carrito de bebé por unas pequeñas escaleras que dan acceso. Me resulta sorprendente, ahora que estoy despierto, algunos detalles. Para empezar: el carrito no estaba cubierto con ningún plástico para evitar la lluvia.

Ayudo al pobre hombre, que me lo agradece, y me marcho. Fijándome, me doy cuenta de que no se dirige por el lugar donde he venido, sino en dirección hacia el caudal del río que el puente cubre. Intento hacerle razonar, aparentemente sorprendido por tal decisión, y él me responde que debe hacerlo, que lo ha pensado bien, que va a tirar a su nieto al río para salvarle.

Acojonado, intento reaccionar, lo primero que hago (mal por mi parte aunque con el tiempo presente es la única forma de hacerse audible) es gritarle que pare, que va a cometer un error y que debe detenerse.
Lo siguiente que recuerdo son varias imágenes, el anciano sostiene a su bebé. Y por un momento el niño tiene la misma cara que su abuelo, con las proporciones adecuadas y su pelo blanco y escaso. La expresión del anciano es más compasiva que criminal o demente.

Empiezo a correr, intentando buscar ayuda. Por un momento me pareció ver varios cadáveres junto al río, cuerpos ya en estado de descomposición (cosa que supongo al ver que sus piernas eran anormalmente delgadas en función a su longitud).
Llego a una casa cercana. Entro. Por un momento mi voz tarda en hacerse notar.
Pienso mientras corro: “estoy cometiendo allanamiento, y esto es una casa normal y corriente, nadie tardará en darse cuenta de que estoy aquí”. Pero me doy cuenta de que no es una casa, y de que parece otro complejo turístico. Veo a varias personas, les pido para su sorpresa que llamen a la policía. Algunas no me toman en serio. Otras cuando les cuento de que un hombre va a arrojar a un bebé a un río, si.

Llamo a la policía finalmente. Cuando estoy en lo alto de una pendiente que hay en un patio dentro del recinto, empiezan a llegar. Veo que se dirige hacia mi una minimoto de policía de lego, y cuando veo que es estrella frente a mi busco a cualquier otro oficial que no sea un inútil. Oigo sirenas en el exterior, así que salgo corriendo a la calle. Por el camino me cruzo con cascos de lego de tamaño natural.
Sigue lloviendo, con más intensidad aún, y veo varios coches y ambulancias (algunos de lego, otros no) trabajando. Veo como sacan el cuerpo del bebé, y como uno de los médicos que lo socorren (el cual casi creia que era un actor de televisión) asiente con la cabeza, no está muerto y lo han salvado.

Intento llegar hasta él a través del cerco policial, pero no me lo permiten.
Grito que gracias a mi ese bebé está a salvo, que quiero verle, y que son todos unos hijos de puta. Parte de la gente se ríe, víctimas de la euforia y del surrealismo de mi salida, otras (entre ellas varias jóvenes que me ignoraron al entrar) asimilan lo ocurrido y me miran como si fuese el puto Papa.
En ese momento empiezo a pensar que si no me dejan pasar es porque el hombre mayor ha muerto.

En ese momento me despierto. Completamente sin saber qué pensar ante tal sueño. Se lo cuento a Esther, que da otra vuelta y se duerme, cansada.
Esto es la descripción de lo que soñé tras ver 20 minutos de Carretera Perdida y caer de agotamiento por culpa del sueño acumulado.

Que alguien me ayude.

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